- Porque hasta que no llegue el día feliz en que el esperanto sea la única lengua, ¡una sola para toda la humanidad!, hay que escribir en castellano con ortografía fonética. ¡Nada de ces! ¡Guerra a la ce! Za, ze, zi, zo, zu con zeta, y ka, ke, ki, ko, ku con ka. ¡Y fuera las haches! ¡La hache es el absurdo, la reacción, la autoridad, la Edad Media, el retroceso! ¡Guerra a la hache!
- No; verás, verás si logro explicártelo. Tu estabas enamorado, sin saberlo, por supuesto, de la mujer, del abstracto, no de ésta ni de aquélla; al ver Eugenia, ese abstracto se concretó y la mujer se hizo mujer y te enamoraste de ella, y ahora vas de ella, sin dejarla, a casi todas las mujeres, y te enamoras de la colectividad, del género. Has pasado, pues, de lo abstracto a lo concreto, y de lo concreto a lo genérico, de la mujer a una mujer, y de una mujer a las mujeres.
- Dice este escritor, y lo dice en latín, que así como cada hombre tiene su alma, las mujeres todas no tienen sino una sola y misma alma, un alma colectiva repartida entre todas. Y añade que las diferencias que se observan en el modo de sentir, pensar y querer de cada mujer provienen no más que de la diferencias del cuerpo, debidas a la raza, clima, alimentación, etc., y que por eso son tan insignificantes. Las mujeres, dice ese escritor, se parecen entre si mucho más que los hombres, y es porque todas son una sola y misma mujer.
- ¡Y eso más, mantecato! ¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, Y mi Dios un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote; un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español...!
Don Miguel de Unamuno
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