Pensó que jamás entregaría sus manos a quien pretendiera encadenar sus manos, sacrificar o separar y desgajar sus manos de la misión mundana y simple de abrazar.
Pensó que jamás entregaría sus labios a quien pretendiera amordazar sus labios, desmembrar, abandonar o despoblar sus labios de la misión eterna y dulce de besar.
Pensó que jamás entregaría sus ojos a quien pretendiera emborronar sus ojos, desenfocar, oscurecer y desarmar sus ojos de la misión precisa y firme de explorar.
Pensó que jamás entregaría su pecho a quien pretendiera desangrar su pecho, desmantelar o vaciar y mutilar su pecho de la misión grandiosa y tierna de temblar.
Y finalmente pensó que jamás entregaría su mente, su distintivo humano, su motor.
Pedro Guerra
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